LOS TRES PILARES

Érase una vez en un país cercano un pensador que pensaba. Pensaba en el tiempo que iba a hacer cada mañana, pensaba en destinos de tierras lejanas, en viajes soñados en los colores de África, pensaba en el futuro de las flores que había plantado y que daban luz a sus ojos dorados, pensaba en las personas que tenía a su lado. Pensó que podía hablar de las piedras, de aquellas que sustentan la vida, que soportan las vidas; y por ello hablaba de los cimientos que sustentan el alma. Trasladó a sus cercanos la importancia que tiene sustentar la propia casa sobre firmes pilares de piedra blanca, de pulidos mármoles de dureza muy alta. Se planteó que las cosas basadas en grava, en arenilla o en agua, son más bonitas pero no aguantan. Imaginó a tres cerditos construyendo sus casas con diferentes cosas que la tierra donaba; y que el lobo maldito las derribaba con un soplo fuerte de malestar hambriento; hasta llegar a la última, sólida y firme; que aguantaba las penas, las marchas y las nieves heladas.

 

Y pensó que debía esculpir una estatua que resumiera su vida, que aguantara su alma. Y colocó la primera piedra pesada sobre un césped muy verde que soñaba la tierra no mojada, la situó bien fija y pensó como llamarla, poner nombre a un pilar que sustenta la vida y pensó en el amor y le puso su nombre. Y trasladó una segunda desde el borde de un río donde nadan los peces al son de un gemido; y la llamó religión o creencia o destino, porque de eso hace un tiempo del que ya no me acuerdo. Y pensó en ella al pulirle las caras hablando de aquello que no entendemos y que nos explica, quizás, el motivo del universo. Y añadió una tercera que diera formato a una obra tan grande, la trajo del norte, del lugar de las noches de sol y los hielos fríos. La colocó junto a Amor y Creencia y la llamó Trabajo, porque alimentaba el cuerpo y animaba al resto.

 

Noches sin sueño a la luz de una vela le recomendaron que aportara a las piedras algún ornamento. Y pensó de nuevo en las cosas banales que acompañan la vida y que surgen efecto, y pensó en los hobbies y en los enamoramientos; y pensó en la noche o en las vacaciones; incluso en el sexo y en las cosas prohibidas, que adornan la vida pero dañan el alma, y creyó que su obra tan bella se ostentaría sobre tres pilares. Y soñó de día, de noche y de día, y explicó a la gente lo que él creía: que la vida se basa en cosas muy firmes, que las otras divierten y dan luz muy fuerte, pero que las cosas claras, las piedras bien firmes, ayudan siempre y sostienen tu vida. Y llegó un aguacero que corría por mayo, y se llevó el ornamento de plastilina y dejó las tres rocas, pilares bien firmes, sobre un suelo ocre, color avellana, que aguantó la lluvia y durmió diez noches.

 

Y un día de finales de julio, plomizo y largo, los adornos volvieron. Y con su agobio incesante las piedras firmes al final se rompieron. Del Amor nació el  Deseo tonto de una noche de noviembre y una pinza de vida que nace marchita; desde la Creencia apareció disfrazada de túnica y velas blancas la Apariencia lejana de los samaritanos. Y tras el Trabajo se mostró escondido, en el borde de un patio, el Interés escondido en una corbata. Y las piedras bonitas, los pilares de vida, cambiaban en poco a deseos, apariencias  e intereses fugaces; o quizás, equivocado, a otros pilares de barro y de hojas que una brisa presurosa cambiase de pronto.

 

Y se rompen las bases que sujetan con fuerza, y que aguantan el alma, pero como en el ave que nace del fuego, que hace brillar sus alas desde la ceniza, una piedra rota forma otra forma en donde la caricia del aire pone una rosa, o la mágica luna besa con un rayo blanco las rugosidades y las  grietas abiertas.

 

Y el pensador que pensaba pensó en esculpir una nueva base con sus pilares de mármol. Y cogió un martillo de negro hierro y un cincel plateado con el que ir modelando una piedra  amorosa, gentil y agradable; labrar con cuidado un bloque de ingenio y de esperanza; y por último tocar con cuidado el trabajo diario. Se ayudo de una lima de uñas, pequeña y perfecta para tratar con dulzura los ángulos ariscos. Tomó un lapicero de tono muy rojo para cambiar lo postizo y alargar el aliento. Preparó su cepillo de pelos curvados para quitar los polvillos que cubren la roca. Y en poco tiempo observó su vida y miró a su alma, y noto que sus piedras pilares estaban bien firmes, que incluso una tierra más bella estaba bajo ellas.

 

Y al observarlas un día desde la cercanía se maravilló al momento al ver lo que tenía: una escultura perfecta, basada en las piedras. Y comprobó de nuevo que la grava no aguanta y se mueve y desliza con gran facilidad pero que no soportan el peso ni son un pilar.  Y comprobó que la arenilla se vuela al compás de un viento y que llama la atención por su tacto fino, pero que el agua la inunda, la mueve y la cambia al vaivén de las olas. Y pensó que si la vida se llena de agua cuando llega la arena, la grava o la piedra, sus recipientes desbordan y se convierte en llanto, o en una corriente revuelta que maldice la esencia y que enturbia el alma.

 

Y una tarde, caliente, que anunciaba el estío con mariposas abiertas y noche bien clara, pensó en sus tres piedras, bonitas y bellas. Las miró un momento y notó al hacerlo que brillaban seguras y que siendo las mismas, su imagen cambiada radiaba más limpia y más pura. Acarició a Amor y no notó sus puntas de  la erosión del viento; acarició su cutis fino y perfecto y deposito un beso de cariño amigo y le contó al oído sus secretos escondidos. Y llegó a Creencia y alargó sus manos para tocar los valores que anidan en sus huecos, y vio fieles matices de igualdad y respeto; creyó al momento que valían más que los catecismos puestos. Olió su perfume de limón y eneldo que mostraba elegancia y aroma sincero, y recordó aquella antigua de olor a incienso. Giró su sonrisa y encontró a Trabajo descansado y bueno, sonriendo en la tarde de un largo estío, y al mirarlo sintió alivio y vio relajado la calidad de sus vetas y el tiempo libre y tranquilo que supone el esfuerzo.

 

Y se fue pensando hasta su blanca almohada de las noches tranquilas, se recostó en su lecho abierto y agradeció su vida pensando en los tres pilares que aguantan el alma y alimentan el cuerpo. Y tras un ligero bostezó cerró los ojos y dirigió su sueño mientras un grillo cantaba a la luz más blanca que brilla en el cielo.

 

Manuel Bonmatí

Junio 2009

LA HISTORIA DE JOHNNY

 

 

 

                                   Jamás hubiera conocido a Johnny

 Si no hubiera tenido la Suerte de conocer,

 Entre los pasillos del septiembre madrileño,

 A Senador Pallero.

Él me sirvió, me sirve todavía,

De estímulo ante nuevos retos y  cursos:

 Limpiar, fijar, dar esplendor a la responsabilidad

Como docente, como ser vivo, como ser que ama.

Pero sobre cualquier cosa quiero transmitir alegría.

Gracias “Senita”,

De todo corazón y con profunda admiración

Me permito transcribir,

A mi manera,

 Una de tus mágicas historias para…

Que piense la humanidad y triunfe el amor.

 

 

 

 

 

                      Bob, desde sus rizos negros recién cortados, palidecía en su piel  color betún; ya que el fin de semana se acercaba inexorablemente y su folio del sermón dominical estaba más blanco que sus dientes. Sus feligreses esperaban como una princesa dormida espera un beso de amor, esperaban ansiosos cada domingo sus palabras de sabio pastor.

 

                      Era ya viernes por la tarde, era (si no recuerdo mal) una apacible tarde de octubre, y su discurso se había encallado, sus palabras no brotaban  de las fuentes del saber,  y estaba sin saber como partir.

 

Para arreglar la  terrible situación de la nula inspiración su mujer le comunicó que debía ir al supermercado para hacer la compra, “ya que la nevera estaba vacía”, pero que no podía ir con Johnny, el hijo de ambos, porque era lejos y se cansaría, además el niño se moría de ganas por estrenar el nuevo aro de básquet que lucía ante el garaje. Así, que se encontró ante un papel en blanco y un niño moreno que quería jugar y no le dejaba concentrar porque usaba la papelera como canasta de baloncesto y los papeles circulaban por el despacho en todas direcciones, mientras los gritos pitaban en los oídos y los almohadones volaban.

 

                        El padre, pastor de obedientes ovejas negras, pensó que debía hacer algo para entretener al niño, y así poder disponer de un poco de paz en su reducto con la que concentrarse para poder construir unas palabras para sus feligreses del domingo. Así que abrió una revista en busca de dibujos que pudiera  colorear o recortar su hijo hiperactivo y halló, a modo de póster, un mapamundi de colores, lleno de países de nombres extraños junto a los mares Negro y Caspio; lleno de azules que representaban los océanos, y de cordilleras que acababan en puntas blancas.

 

                       Llamó a Johnny a su lado y le enseño el póster recién arrancado de la revista, y le mostró el mundo repleto de fronteras, de aguas y cordilleras mientras le hablaba de los continentes y las naciones. Cogiendo unas tijeras lo cortó en múltiples pedazos y se le entregó diciéndole con voz grave “Johnny, he desmontado el mapa del mundo, ahora quiero que lo reconstruyas, ya que el mundo está destrozado, como si fuera un puzzle; pero no hables ni entres en el despacho hasta que lo hayas acabado”.

 

El niño lo miró con sus grandes ojos negros; ojos alucinados ante lo que se le pedía a unos pantalones cortos de talla 6. Johnny recogió los pedazos mientras sonreía y se  marchó silbando una canción de blues.

 

                      El Pastor se quedó, por unos momentos, comprobando que el silencio existía; y tras repasar las lecturas y los salmos que tocaba leer el domingo, abrió su estilográfica y empezó a colocar las primeras ideas de tinta china sobre el papel, pero sus ideas estaban ancladas y no navegaban con la fluidez que él quería. Por fin le pareció que sus palabras podían hablar de la pobreza o del sufrimiento y se dispuso a escribir sobre el desfase del mundo en algunos territorios. Cuando, con  un inmenso estruendo, se abrió  de golpe la puerta del despacho y su hijo Johnny entró gritando que ya lo había conseguido, y mientras lo decía mostraba su póster de países del mundo encolado y perfecto.

 

                        El pastor se quedó parado, cogió el mapa del mundo y vio que estaba bien, cada país ocupaba su sitio, todo perfecto y… no entendía como un mocoso podía haber reconstruido el puzzle del mundo en escasos minutos, se le quedó mirando admirado y le preguntó dubitativo “ ¿cómo lo has hecho?, ¿cómo has reconstruido el mundo en tan poco tiempo?”

 

                        Johnny no entendía la cara de sorpresa de su padre, ni sus ojos abiertos y espantados al ver que el mundo, efectivamente, estaba bien. Y, poniéndose en sus rodillas (¿Hay algo que guste más a un padre que el calor de un hijo en su regazo?) y cogiéndole los dedos de la mano con cariño y confianza le dijo: “Muy fácil Papá, tu me diste el mundo destrozado para que lo reconstruyera. Y yo mi fijé que en la otra cara del papel, del póster, había la silueta de un hombre; así que pensé  que si era capaz de hacer que el hombre estuviera bien, el mundo, sin dudas, también lo estaría”.

 

                        En este momento tuvo lugar un abrazo de aquellos que sacan las lágrimas incluso al mismísimo Clint Eastwood; y tras besarlo en la frente y las mejillas Bob se fue a mirar su cara de tonto en el  espejo del cuarto de baño y se puso su chándal de  los Celtics y calzó las “nike” de básquet mientras le dijo a su hijo que iban a jugar un rato con la pelota nueva y estrenar el aro recién colgado en el patio.

 

                       Alguno, quizás al dormirse durante el cuento, puede pensar que como solucionó el pastor el asunto del sermón del domingo ante los feligreses. Yo, al igual que Bob, creo que su hijo le dio la respuesta más sencilla  y más clara que se puede dar “si el hombre está bien, el mundo también lo estará” .

 

 Manuel Bonmatí

 

 

Y A VECES UNO SE QUEDA...                  

 

 

   “uno planta su propio jardín y

decora su propio alma,

en lugar de esperar

que alguien le traiga flores”

 

                                                                                              (J.L. Borges)

 

          Y a veces uno se queda como un juguete roto, y le da la impresión de que un resorte de cuerda se ha desajustado en el interior, y aquella facilidad con la que se movían los brazos y se iluminaba la sonrisa se quedó oxidada en un muelle. Y, entonces, a veces, uno quisiera quedarse en un estante olvidado, quisiera que un trapero cansado y maloliente lo recogiera mientras acaba de masticar su tabaco y lo depositara en una bolsa de arreglos o simplemente lo diera de alimento al fuego de la cura y desde ahí, si es posible, volver a nacer.

 

            Y en ocasiones, cuando uno quisiera no tener fuerzas y ser débil para moverse, se da cuenta que el olor intenso del tomillo reseco entra por la nariz, y abre una puerta de los sentidos; para luego en el descerrar de un ojo darse cuenta de que está vivo, de que la vida sigue y de que está en ella… y como una lenta primavera vas confiando en los sentidos para despertar del hastío. En ocasiones uno quisiera dormir cien días y no despertar, sumergirse en la vida de un sueño en donde la angustia se calmara con solo cerrar los párpados, para decorar la propia alma de jazmines y violetas.

 

            Y, por eso, algunos días, uno necesita vivir un sueño, en que todo salga bien por nada. Y, uno, necesita descansar… descansar de todo y de nada… fundirse en la naturaleza y respirar envuelto en un disfraz de paraíso. Quizás lo llevamos dentro y no somos capaces de recordar o de sentir.

 

            Y, a veces, en ocasiones, un juguete roto puede ser algo más que un trozo de plomo al sol; puede ser un momento de espera que mira a su alrededor sin tristeza y, así, observar entre el cansancio un motivo, o dos, o tres de ilusión. En determinados momentos, uno necesita vivir en los objetos y dejar de lado a las personas, desaprovechar los consejos, olvidar a los amigos, ignorar las caricias y ponerse simplemente a soñar un llanto. Es curioso ver como aquello que vemos constantemente y no… amamos… nos puede conmover hasta la lágrima; y aquello que creemos amar mientras lloramos de dolor…  se convierte en un algo inanimado.

 

            Y, quién, en ocasiones contadas, no se ha sentado en un banco, bajo la sombra de un níspero o una higuera, y ha dejado a las hormigas subir por su brazo, hasta llegar a jugar con ellas en los dedos; y no recostó la cabeza en un tronco y apagó la luz del sol para abrir las alas del olfato, mientras la cigarra sigue persistentemente rezando sus letanías. Y, es posible, que alguien guardara una colección de conchas marinas cada verano, o recogiera los pétalos de cientos de rosas para ponerlos  a secar entre diarios; o porque no, pensara recoger todas las alas de mariposa con un alfiler… y hoy pueda, al mirar su devenir y lo que cree no tener, no maravillarse cuando despierta una flor por la mañana, o un insecto de colores surca el cielo medio atontado y cada inicio de verano recoger las primeras caracolas que depositó el mar invernal; como un hijo ilusionado que quiere acaparar todos los misterios de la belleza en sus sucios bolsillos del pantalón.

 

            Y, alguien no se ha asomado a un río y oído la canción del agua al besar las piedras, y se ha recostado en los bordes de un puente, o bajado a la rivera a jugar con el canto rodado y al agua a hacerlos saltar. Y, no pensó que el rumor del agua se asemeja a nuestra propia sangre palpitando y “que nuestras vidas son los ríos, / que van a dar a la mar, /que es el morir.” Quién  no ha tocado una a una las puntas de una hoja de roble y ha sentido la molestia de esa aguja en sus dedos, al igual que ha sentido el rechazo al dar una caricia a una mujer, y ha seguido jugando con el dolor; y quién no ha sopesado las bellotas entre las manos y acariciado el verde musgo que se asienta en un tronco… Y no ha sentido ganas de llorar por algo que no sean personas,  de fundirse en el campo amarillento de los trigales y quedarse allí como una estatua… una estatua fija en un pedestal que siente todo lo que ve y que puede emocionarse por todo aquello que da un nuevo día al despertar.

 

            Y, da la impresión, a veces, que al quedarse uno así, nos protegemos del dolor y creamos nuestra coraza para que no nos dañen el corazón… y parece, en ocasiones, que ahí está el refugio; pero necesitamos girar la cabeza y no quedarnos estáticos… siempre puedes encontrar unas palabras y una mirada que no esperabas, o que jamás creíste necesitar o que pensabas no te iban a conmover, y que siempre existieron como las hormigas y el roble.

 

            Y, a veces, uno intercambia una mirada y encuentra la belleza del respeto; y en el respeto se esconde el temor del cariño que quieres que alguien te dé eternamente y piensas, en ocasiones, también en quién no te lo dio… y entonces, alguna que otra vez piensas  ¿qué le prometemos al viento?, ¿hasta dónde puede seguirme la luna? Y ¿de qué le hablaré al silencio?

 

 

Manuel Bonmatí